lunes, 14 de abril de 2008

Simón y Sofía, Locura y Soledad [VI relato]



“La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz, todo habría cambiado” Fue uno de aquellos breves instantes de lucidez que Simón mostraría antes de entregarse de nuevo a las sombras de su enfermedad, cuando sus ojos despertaron y captaron la desolación de su propia vida. Despertó la conciencia, se derramaron las lágrimas y Simón no quiso hacer más que perderse de nuevo entre los recovecos de su mente, para olvidar, y soñar con que, quizá en su fantasía, habría alguien a su lado, alguien a quien poder llorar.


Simón y las tres inyecciones

—¿Se ha dormido?— preguntó Sófía con aire preocupado y distraído, al tiempo que entraba a la habitación 24 del enfermo.

—Buenos días Sofía—Juanita, que comprobaba en aquel momento las correas que ataban de pies y manos a Simón en la cama, alzó la vista y lució una sonrisilla temprana— Está bien, durmiendo como un angelote. No veas de qué humor se había puesto, a mi me ha dado un miedo terrible, pero claro….a estas edades, yo ya no estoy para estos trotes. No veas, hija, hasta quince personas hemos necesitado para reducirle. Pues no te digo que ha tenido que presentarse para la sujeción, personal de las tres plantas… con lo que nos pagan, y yo con mi reuma, aguantando a un loco al que le da por destrozar el mobiliario. ¡No veas como berreaba el tío!, que se cagaba en todos nosotros, que nos iba a abrir la cabeza, y que quería ver a su madre, y de ahí no le sacaba nadie. Y claro, yo temblando de arriba abajo, pero menos mal que estaba Manuel, que enseguida me ha ayudado y ha avisado a todo el personal. El pobrecito ha recibido la peor parte, pues menudo puñetazo que le ha descargado este moustro, no veas.

Sofía escuchaba sin decir palabra mientras ayudaba a apretar las correas del otro lado de la cama.

—No te preocupes Juanita, que ya sigo yo. Tu vete a descansar.

—Quita, quita, que estoy como una rosa, hija. Además mi turno termina en cinco minutos, así que, nada, codo con codo.

Sofía sonrió, pero en seguida se hizo presa de ella una vaga tristeza al contemplar a Simón; aquel corpachón enorme, pura fuerza, postrado de aquella forma. Y ellas apretando las correas más y más fuerte. Se le antojaba humillante. “Es necesario”, pensó, “no vaya a ser que se repita lo de la última vez y sea necesario pincharle de nuevo”

— Ay hijita, veo que no acabas de acostumbrarte a los rigores de tu trabajo. Reconozco esa mirada, ¡si yo te dijese!, la de cosas que se han visto por aquí en todo este tiempo que llevo; son quince años ya, fíjate. Y no creas no, que a mi no se me partía el alma al principio, tus mismos ojillos ponía, ¡vaya que sí! Pero luego una se acostumbra, y hasta siente indiferencia. Un escudo es lo que necesitas, alma mía, que todavía estás tú muy tierna y no has visto mucha vida. Pero lo dicho, cuando ya lo tienes todo visto el corazón se te vuelve como de piedra. Y luego, muy importante, llegar a casa y olvidar, que ya son suficientes penas las de nuestras vidas sin los locos de por medio.

— Ah, claro, das por hecho que nosotros no estamos locos, ¿no Juanita?— interrumpió Manuel desde la puerta, acercándose a las dos mujeres.

— Buenos días Manuel— dijo Sofía, sin apartar la mirada de Simón.

—Bueno, ¡no tan buenos a juzgar por su cara!—exclamó Juanita echándose a reír.

— Fíjate la vieja, de que buen humor oye… No veas Sofía, como temblaba ella; de no ser por mí este desgraciado la desmonta. Pero ¿te puedes creer? Turno de madrugada, aquí desde las diez de la noche, y esta mujer rebosando energía, a su edad, y eso sí, quejándose bien de todo, zumbándome la oreja. Bueno, al menos hemos terminado, ¡hasta mañana no la tengo que volver a aguantar!…Así que nada, vamos Juanita, que a Sofía la dejamos las cosas tranquilas. Tres inyecciones de caballo han hecho falta para tranquilizarle, así que no te dará problemas.

— ¡Bá!, si con ella este bicho se hace un santo. No veas cómo la sigue a todas partes, hecho un buenecito, hasta que te ve a ti, con esa cara, igual sana que morada, y claro, la monta. Bueno pues, adiós Sofía. Ah! Y recuerda que Simón hoy tiene visita. Su madre se digna en hacerle una después de todo. Ha tenido que llamar Rafa, el de psiquiatría, diciendo que por lo menos se preocupe en traerle algo de ropa. En fin, que cosas hay que ver…esa madre, que le chupó todos los dineros estando él cuerdo y ahora a silbar al monte, desentendiéndose de todo. En fin Señor…que cosas hay que ver en la vida…


Diario de Sofía

Lunes, 14 de abril.
…Ni que decir que estoy muy contenta con mi nuevo trabajo, y que ya era hora de un cambio en el rumbo de mi vida. Aprendo muchas cosas de los enfermos, aunque suene raro; cosas de la vida, no sé, de la experiencia humana, del trato con los pacientes…pero es todo muy muy triste. Quizá me esconda en esta nueva soledad que veo deambular día a día por los pasillos del centro de salud mental para olvidar la mía propia. Ahora, hoy, me siento feliz, porque puedo decir que hago algo, que mi vida tiene un sentido, un valor que antes no tenía…

Martes, 15 de abril.
… Hoy no he podido dejar de pensar en Simón todo el día. Mis compañeros, que son adorables (algunos…otros no tantos) ya me advierten de que me vuelco demasiado, de que me empapo de todo, como una esponja, como dice Juanita. Es muy curioso como el sentido del humor y el saber reírse de uno mismo subyacen de forma natural en la forma de ser de mis compañeros. Quizá necesite yo también un poquito de sentido del humor para camuflar una realidad demasiado cruda… ¡Hay tantas historias!, ¡y son todas tan desgraciadas! Hoy Simón ha tenido visita de su madre. Él lo sabía, y llevaba toda la semana muy alterado. Conmigo se lleva bien: “usted señorita Sofía, es muy buena conmigo”, y siempre me sonríe, mostrando sus encías desdentadas, “pero ellos, y sí, especialmente ese-señalando a uno cualquiera- están de mi contra, ¡vaya que si lo están!..., quieren hacerme daño, pero juro que antes les abro yo la cabeza”. Hay que tenerle muy controlado. Siempre va sedado porque puede volverse agresivo, pero yo se que contra mí nunca va a levantar una mano.
Estuvo en el ejército, me ha contado, y luego como portero de discoteca, luego matón, ladrón de coches, en el mundo de las drogas…En vida no hizo más que mandar dinero a su madre, y terminó sus días de cordura con dos heridas de bala, sin dientes, y cortes de navaja por todo el cuerpo. Después de largos periodos en diversas cárceles lo trasladaron aquí. Y bueno….quizá sea yo quien rescate su historia.


Visita de la madre

—Me estoy portando muy bien, ¿verdad que sí señorita Sofía?

—Venga Simón, ahora la medicación; que yo vea cómo la tomas.

— Es por que va a venir mi madre, señorita Sofía, que si no me iban a conocer estos desgraciados. Me andan mirando mal. Ahora que no estoy atado ya no están tan chulos, pero, te digo una cosa…ése…ése…le vi tratando de robarme. Ah!, pero ya le tengo fichado, ahora que no estoy atado…Hum, sí, cuando no estoy atado puedo defenderme y además recibir visitas. Ah, seguro que se lleva usted la mar de bien con mamá; si viese, señorita Sofía, que guapa es. Seguro que me trae cigarrillos, porque me he portado bien, y ella es muy buena. ¡Que abrazo!, ¡que abrazo la voy a dar!

...

—A su hijo le haría ilusión verla

—Aquí está la ropa: muda, calzoncillos, dos pantalones y camisetas….de la parroquia. ¿Qué tal está?

—Está bien, muy sereno. De madrugada tuvieron que sujetarle, pero durante la mañana ha estado tranquilo, y animado. No ha parado de hablar de su madre en todo el día.

— También traigo cigarrillos. Aquí están. Déselos. A él le hacen ilusión…Bueno, yo e de irme. Tengo prisa. Hazme un favor, dale recuerdos de mi parte y de parte de su hermana.

—Lo haré. Pero, por favor, considera una cosa. Simón está al otro lado, tras esta puerta. Nunca le había visto tan ilusionado, parece un niño. ¿Debe de quererla mucho sabe? Podrías darle los recuerdos en persona, aunque sea un segundo, aparecer e irte, y para él será suficiente con solo saludarte.

—Lo siento, yo…no puedo, de verdad. Es demasiado para mí. ¿Crees que yo no lo quiero? ¿Qué no es mi hijo?...solo trato de olvidar, de seguir adelante…y verle, verle hace que se me parta el alma. Yo no fui…no fui una buena madre, y ahora mi pecado es querer pasar página. Siento vergüenza al verlo así, pero no por él, sino por mí. Nunca le di cariño, fui una mala madre y…no, no puedo, yo creé a ese Simón que está al otro lado, yo dejé que se perdiera. No puedo verlo sin sentir repugnancia por ser quien soy. Rezo por su alma perdida, rezo por la mía propia, pero ya no puedo hacer nada…sólo olvidar, como una cobarde.

...

—Simón. Tu madre te ha traído ropas. Ella ha tenido que marcharse, tenía mucha prisa. Te da recuerdos, de ella y de tu hermana, que tampoco ha podido venir. Aunque les hubiese gustado mucho, no han podido...


Diario de Sofía

…Su reacción fue de persona cuerda. Pobre Simón. Yo temía que le entrase un pronto violento, y que hubiese que reducirle de nuevo. Pero no; se me quedo mirando largo rato, como tratando de comprender, y finalmente esbozó una leve sonrisa, mostrando sus encías desnudas con unos ojos tristes, nublados por la medicación; y, de pronto, se dio media vuelta sin decir palabra y caminó despacio hasta su habitación- yo le seguí- y se tumbó en su cama, y me pidió que, por favor, fuese tan amable de cerrar la puerta y dejarle solo…


El fugaz despertar de la conciencia

La oscuridad lo envolvió todo, y Simón supo que cuando volviese la luz, todo habría cambiado. A la semana tuvo otro de sus ataques y comenzó a lanzar las sillas del comedor contra las ventanas. Se dio la alarma y personal de las tres plantas acudieron a reducirlo. Fue la misma Sofía quién puso la inyección, y fue su rostro, el último que Simón vio antes de hacerse la oscuridad, y también el primero que vio cuando volvió la luz, y despertó postrado, atado de pies y manos en la habitación 24.
Entonces su mente no le cerró horizontes y sintió la crudeza de la vida, y la infinita soledad de su existencia. Rompió a llorar, como un niño, queriendo enjuagar sus lágrimas con las manos prisioneras que no alcanzaban su rostro, queriendo conservar su entereza, para que Sofía viese que seguía siendo hombre, que él no lloraba, que podía con todo aquello. Entonces una mano se posó sobre su mejilla, y una ola de gratitud estremeció al gigante, quién ya no tuvo nada que ocultar, y lloró, y lloró. “Que he hecho yo…que he hecho yo para merecer esto en la vida” balbució Simón, “que he hecho yo para estar postrado aquí, señorita Sofía, sin poder siquiera secarme las lágrimas” “por qué estoy tan solo, por qué nadie me quiere, que he hecho yo en esta vida…”

Cuando las lagrimas hubieron de secarse, Simón se quedó profundamente dormido, entregándose a las sombras del olvido, a la libertad de los sueños, a la seguridad de su propia locura.

...Sofía lloró entonces por él.

-------- FIN --------


Frase de Niobe: "La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado"


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