domingo, 14 de junio de 2009

Así te quise, te recuerdo y te olvido


Quiso mi alma detener el tiempo y el tiempo se detuvo con ella entre mis brazos. Me apretaba con fuerza. La sentía respirar y latir, y respiraba yo de su cuello suave.

Se deslizaron, con timidez, mis labios sellados por su piel morena, y apoyé mi cabeza en su hombro desnudo con un beso no declarado.

Cerré los ojos, la estreché más, e inundé todos mis sentidos aspirando su piel.

Y volvió de pronto el transcurrir del tiempo que nos mojó la realidad. Una sonrisa triste y un adiós, y antes de subir al tren, una broma y tu mano removiendo mi pelo.Te perdiste tras la ventana y yo, desorientado, busqué mi asiento -uno cualquiera- en el vagón vacío y me senté para mirarte en el paisaje y en todas las cosas.

Me senté y me quedé perdido. No me atreví a respirar porque sabía que el aire inundaría de tristeza mis pulmones, no me atreví a cerrar los ojos porque sabía que tu sonrisa se asomaría a mis sueños, no quise mover ni un milímetro del cuerpo para que no se volara el velo que arropaba mi alma desnuda.

Dejó de latir mi corazón, por miedo a derramarse en la soledad.
Y me quedé muy quieto, mecido al vaivén del tren, tratando de esquivar las heridas vertidas sobre mi piel desierta.
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Ahora que ha pasado el tiempo solo queda el recuerdo. El aire girando espeso en la estación silenciosa.

Y me sorprendo buscando entre los rostros el recuerdo de tu mirada.

Así te quise (o te quiero)
así te recuerdo
y te olvido.

domingo, 7 de junio de 2009

Así soy, o así fuí, mientras escribo

Hoy hace veinte años que nací.

Los años vienen, se suman, se suceden y así, sin más, se van. O se quedan atrás, pero no vuelven. Ayer tenía diecinueve años y hoy, que nada ha cambiado o que ha cambiado todo, sé que nunca más volveré a tener esa edad. Ya es parte del recuerdo, es el ayer.

Dicen que a partir de los veinte la vida se convierte en una carrera loca y los años vuelan y se confunden. Dicen. Lo dicen los que entienden, que son los que los han vivido. Eso, la verdad, nos asusta un poco a los que nos queda por vivirlo. Quizá porque ya empezamos a intuir cómo funciona la dinámica de la vida y se nos van acostumbrando -e insensibilizando- los sentidos al paso y al peso del tiempo. Nos hacemos mayores. Y eso no entiende de cifras ni de fechas.

He cumplido veinte. Tengo que repetirlo para creerlo. Y se abate sobre mí un pensamiento triste, algo trágico, que, aunque suene raro, lo hace hermoso y me hace feliz porque me inspira.

El momento, el instante en sí, el acto de soledad y recogimiento que es la inspiración, es triste y es alegre. Uno de esos momentos que te hacen llorar y también reir por desear llorar. Un poco como cuando ves una película dramática y se te encoge algo en la garganta y se te empañan los ojos. Todo es solemnidad y trascendencia. Es vida además de existencia. Y todos los artistas que llevamos dentro sin saberlo se mueren por crear y expresarse mientras dura el hechizo. Quién no lo ha sentido alguna vez....

La inspiración se va cuando la rutina llega. Se apagan un poco los colores de la vida, porque la mirada ve una preocupación y luego otra, aspira a algo y luego a aquello, estudia hoy para trabajar mañana, trabaja ahora para vivir luego, y luego no vive porque ve una preocupación y luego otra...

La vida, que es tragedia y es comedia, que es locura y contradicción, inspiración y poesía, se repliega silenciosa y solo brota para interrumpir la existencia y anunciar que en un instante descubriste el amor y ayer perdiste a un ser querido, que hoy aprendiste algo nuevo y ahora descubriste algo en tí, que el corazón canta o sufre, pero que, en definitiva, late.

En la comodidad de la existencia, te sobresaltas cuando esto llega.

Al final parece que toda la vida se reduce a un breve relato que un viejo se cuenta a sí mismo cuando, tumbado en la cama, en la soledad de la noche, intuye que no vivirá para ver el nuevo amanecer. Abre entonces despacio el libro de la memoria y se muestra su colección de recuerdos, se reconcilia con ellos, se despide de ellos, sonrie, se dice adiós y se va tranquilo.

Ése es el sentimiento trágico que me viene a veces. Porque somos un animal de recuerdos y de conciencia. Aunque solo existe el ahora, el instante. El instante que siempre está y se nos escapa, que siempre fluye y se desborda, desde que nacimos hasta que nos vamos, y luego el recuerdo: la memoria que nos hace.

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He cumplido veinte años y quiero que cada año sea una vida dentro de la vida, y que cada día sea una aventura y un monumento para mi memoria. Miro atrás y veo lo que he cambiado, lo que cabe en un solo año de vida. Un amigo, que hace un año todavía no conocía, me regaló un diario, y en él me asomo a veces para verme reflejado: las inquietudes, los sueños, las emociones, los pensamientos, las ideas que vienen y se van, quedan ahí, inmortalizadas en papel. Escribir es detener el tiempo, para incoporarse después a él de nuevo, pero de manera más intensa.

Supongo que nos hacemos mayores así, a oleadas de conciencia: es como mirarse en un espejo después de cuatro años sin hacerlo y ver lo que has cambiado. Así es mirarte en un diario o mirarte en un blog, como así es mirarte a través de la mirada de otra persona. Una persona, una experiencia, una mirada, una sonrisa, una novela, y ya no somos lo que fuimos. Siendo los mismos, todo ha cambiado. La vida es abismo y vértigo. Y para mí la belleza consiste en verlo y sentirlo. Para no perderte nada y aprenderlo todo.

Ahora tengo veinte y veo más que hace un año. Últimamente mi corazón late como si en él se hallasen reunidas un grupo de viejas histéricas para tomar el té. Nunca antes había estado en una inspiración perpetua, o tan larga. Es el corazón, que me trota dentro como sobresaltado. Herido de belleza, me baila, me golpea y me quema, se estremece, se dilata y se encoje, y todo ello sin dolor. Hay una belleza trágica, hay armonía, hay nostalgia, y la piel se desnuda al aire, la risa te viene fácil y el corazón rebelde parece que quiere salir del pecho y vivir él solo. Vivirlo todo y ahora. Que es lo único que importa.

Al fin y al cabo las luces del mundo las ponemos nosotros. Secretamente disfruto de la época de exámenes. Si me llego a encontrar con mi yo de hace un año y le cuento esto, probablemente no me habría entendido. La vida consiste en un renacer constante a partir de lo que somos. Estamos expuestos a ello. Sobre todo, si dejamos entrar a la belleza en la vida. Yo no quiero sustituir un día de examenes por otro de verano, y mucho menos quiero terminar cuanto antes primero de carrera para disfrutar de las vacaciones. Cada cosa en su momento.

Me duele pensar que un día o unos días van a ser simplemente un tránsito o un vacío hacia algo mejor, hacia la vida real. No quiero que llegue nada. Ya llegará. Me gustan los días de sol, pero no cambiaría un día de lluvia por otro soleado, y no podría valorar un día de sol sin uno de lluvia. Los colores que le pongo al mundo le sientan bien. Él lo sabe y lo agradece. Ahora tenemos un pacto, que no es secreto: el mundo rota para mí y yo veo la belleza y se la cuento. Y siempre, pase lo que pase, habrá algo bello por lo que seguir en pié.

Le digo al mundo que me ayude a tener los ojos bien abiertos para no perderme nada, y el mundo me dice que se lo cuente todo, que solo puede mirarse si yo no me apago. Le regalo armonía y él me regala equilibrio y paz

Es bonita así la vida.


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He cumplido veinte años...Y así soy, o así fui, mientras escribo.

(publicado un día después de mi cumpleaños)