lunes, 12 de octubre de 2009

¿Te sorprende volver a verme? ¿O simplemente es miedo?

Un soldado joven vuelve a casa después de mucho tiempo. No le ponemos nombre porque no lo tiene. Es, simplemente, uno más entre tantos otros: los anónimos, los sin-rostro, las cifras temblonas de la pantalla de una calculadora estropeada.

Aquellos que fueron al frente en nombre de las patrias y allí se quedaron, haciendo montoncitos entre las trincheras o en el barro, uno sobre otro, monumentos muertos a las vidas rotas.

Y también aquellos que volvieron como vuelve nuestro soldado: apoyada la frente contra la ventanilla del tren y perdida la mirada en el paisaje que se desliza fuera, cambiante y silencioso.

Temblando sobre el cristal le baila y le mira el reflejo de su ojo abierto y le guiña, travieso, el ojo que le cerró la metralla.

“Aquí ya se ha terminado, vuelvan a sus casas”
Y siente todavía la mano del oficial apretando su hombro.

Si ganaron o perdieron, eso nunca se sabe. Las almas desconocidas, los rostros sin rostro, las cifras perdidas, vuelven a sus patrias: a sus casas o a las calles o a donde pueden; locos y mutilados, heridos del alma, retornan del frente a lo que les queda o a lo que les dejen, para buscar un pequeño rincón donde, al abrigo de las miradas y sin molestar a nadie, puedan rumiar el silencio y hacer su existencia.

Vuelve a casa nuestro soldado. La guerra ha terminado. El tren se bambolea, chirría, se detiene y una marea humana se baja. Llenan la estación hombrecitos de trapo y vendas, de pechos hundidos y barba incipiente; los que vienen enteros y los que se dejaron algo -un brazo, una pierna, la felicidad, la cordura-; se buscan los ojos, se cruzan los rostros, se mezclan y se arremolinan; están los que se funden con quienes los esperan, los que se dispersan y se alejan y los que se quedan quietos vagando la mirada alrededor.

Están los besos, los abrazos y también las ausencias. De los que no esperaron y de los que no volvieron.

Y cuando decae el sol de primavera y un cielo rosado baña en bronce las baldosas de la estación desierta, nuestro joven soldado echa a caminar con la cabeza gacha y las manos hundidas en los bolsillos . Caminar le gusta, le ayuda a no pensar.

Si cierra su ojo lo asaltan ecos y rumores de guerra y si posa la vista en algo -en un rostro, en una mirada, en una sonrisa, en un objeto cualquiera- lo asaltan imágenes vivas, breves, fugaces, silenciosas, intensas, de botas, de barro, de jirones, de muecas frías, de ráfagas, brillos de metal, estampidas y tierra batida. Así que se mira las botas andar en el suelo.

Llega. Llega entonces. Llega por fin. Pero se detiene. En el cristal de un escaparate vacío se recorta su silueta y le mira su reflejo. Se acerca y se ve a sí mismo como una sombra de media cara, como una bestia quemada, como un salvaje de hierro y fuego.
Se lleva la mano al pecho y se agarra fuerte para sentir que todavía le late algo dentro.

...

Una mirada colgada de un rostro asustado que, desde el marco de la puerta, escruta al hombre erguido, quieto en el rellano. El silencio se hace eterno entre ellos.

-¿Te sorprende volver a verme? ¿O simplemente es miedo?

Frase de Yandros, de Cuentacuentos.

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