sábado, 27 de marzo de 2010

Carta a quien no era

Dolido de soledad, sé que estás ahí. Aunque no te vea, lo sé, porque te veo.

Te imagino, a veces todos los días. Últimamente, sobre todo.
Pero sé que solo necesito enfrascarme en algo nuevo, ocupar mi tiempo, apasionarme y volcarme en algo. Olvidarte. Sin embargo, si estoy muy solo, me gusta imaginarte y sonreír, porque sé que estás ahí.

No sé dónde, ni que haces, ni por qué. No sé quién eres. Solo es que me maravilla el hecho de que existas aquí, o allí, pero en el mismo mundo que yo. Ahora, en estos momentos, no sé qué haces. ¿Duermes?, ¿desayunas?, ¿piensas en mí? ¿Te imaginas también como será?
Pero sería la vida muy aburrida: si yo coincidiese con quien tú te imaginas y tu coincidieses con como yo te imagino. Por eso no te imagino. Tampoco puedo. Sé que estás ahí y me vale.

Es bonita la vida. Quizá un suspiro, un camino, una situación, un destino, una casualidad, una coincidencia.
Una coincidencia y coincidamos.

O quizá no. Quizá pases de largo, quizá estés pasando ahora, o quizá sea yo quien pase. Quizá te mire y te olvide. O tu vayas por allí y yo por aquí, y nunca sepamos.

Lo bonito sobre todo es que es muy posible que nunca nos encontremos.
¿Lo has pensado?

O que ya nos hayamos encontrado.
¿Lo has pensado?

En otra situación, con otra edad, en otro contexto, quien sabe, quizá. Tampoco importa. Mirando al pasado yo no puedo vivir. Soy demasiado egoísta. Olvido enseguida.

En mi horizonte, en mi felicidad, estoy solo y solitario.
No es romántico si te digo que también te temo.
Temo que tiemble la tierra y necesite tu abrazo.