Pintura de Edward Hopper |
El
primer balbuceo de los tiempos fundó el engaño sobre el que cabalga
la humanidad entera hacia un destino incierto. Al artista de la
primera palabra dicha de espaldas al imperio biológico corresponden
todos los honores y debemos todos los elogios.
Son
los artistas quienes desde entonces vienen sembrando de nombres las
cosas. Son ellos quienes poblaron de dioses el firmamento, quienes
roturaron la tierra y organizaron la urbe. Con asombroso dominio de
las artes plásticas, ellos fueron quienes alumbraron y modelaron las nociones
morales y quienes sujetaron la sociedad en un manojo vertical que ha ido
pasando por las manos de diferentes ideas absolutas fundadoras.
Erguirse
fue la ocurrencia más sofisticada del artista primigenio. Necesitaba sus manos para acompañar con gestos el primer balbuceo de
la humanidad, para sujetar la pluma y el papel con los que fundar el mito y la memoria. Necesitaba las manos libres para ceñirse una
corona y sostener un cetro, para manejar una batuta con la que dar ritmo y sentido al fugaz desfile del hombre sobre la tierra.
A
los artistas y su engaño, pues, el aplauso por la partitura del tiempo desde donde vienen
danzando todas las ideas arbitrarias por las que el homínido se ha erguido e
inclinado y por las que ha hecho el arte y la guerra, la técnica y
la historia.