lunes, 23 de mayo de 2011

te vas.

Te vas, te marchas delineando los bordes de las mesas y las sillas donde cuelgan los abrigos y los bolsos de la multitud que entrecruza conversaciones y ríe y entrechoca las tazas de café en sus platillos o tintinea con sus cucharillas al remover el azúcar en la leche.

Si fuese otra época y nosotros no fuésemos nosotros, estelas de humo planearían sobre las cabezas, los sombreros y el murmullo mientras la brisa del otoño entraría por la puerta giratoria y agitaría tu cabello suelto y claro en que mis manos tantas veces se enredaron.

Jugábamos con el tiempo, nostálgicos de otras épocas y otros mayos, y ahora que te veo marchar balanceando tus caderas compruebo con tristeza que he logrado detener el tiempo, y que tú te marcharás siempre y yo me quedaré siempre aquí sentado, en una cadencia infinita e inamovible de mundos y sueños repetidos eterna, triste y certeramente.

Probablemente nos cueste entender bien que fue aquí, precisamente aquí, donde nos dijimos un adiós anónimo, sin reversos, sin ambages.

El tiempo nos seguirá alumbrando bajo cielos distintos en puntos geográficos distantes, y mientras ése tiempo llegue yo seguiré aquí y ahora, mirando cómo despareces entre la bruma de tu propia vida, hacia la puerta giratoria que trae y lleva a las personas que marcan nuestra vida y nuestra memoria, sin tal vez sospechar que en cierto modo yo te acompaño –te estoy acompañando- hacia la puerta para cruzarla contigo, aunque me quede aquí sentado, y que en cierto modo también tú te quedas aquí conmigo, aunque ya te hayas ido.

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