El
problema es el de siempre: ese ojo espía y ajeno y esas manos
intrusas que imagino que abren este cuaderno, lo recorren y lo
violan; ese espectador imaginario que se torna en juez, en crítico,
en el pudoroso vigilante de las directrices del
bien-pensamiento convencional y encorsetado, que me mira y me censura
y hace que yo escriba gilipolleces con el estúpido objetivo de que
sean leídas -y aprobadas- por Otros.
Escribir
para Otros y no para Mí con la certeza de que algún día a alguien
le dará por satisfacer su curiosidad destripando mis pensamientos. Y
mientras tanto yo, huidizo y difuso, escudado tras una formación
perfectamente inauténtica y disciplinada de palabras, vuelco los
retratos y giro los espejos para no enfrentarme a mis más auténticas
vergüenzas, miedos y verdades. Las evado cuando escribo porque no
escribo para mí.
La
escritura puede llegar a ser un perfecto ejercicio de falsedad e
hipocresía. Las palabras pueden llegar a ser el más efectivo
parapeto de la retórica y la mentira. Bajo su sombra y entre sus
pliegues esconden a un pequeño escritor desnudo y asustado. Hay que
reunir un inconmensurable valor para desnudarse frente a los demás,
pero más valor hay que reunir para desnudarse frente a uno mismo.
Escrito el 6 de febrero.
Lisboa.
1 comentario:
Es una reflexión muy bonita..y yo me pregunto, ¿y después?
Publicar un comentario