miércoles, 8 de octubre de 2008

Retrato de YO. PRIMERA PARTE.

Caminaba, y encontré la vida, y me encontré a mi mismo, y entonces supe que yo mismo era mi mayor peligro, y mi única salvación.Selectividad fue aburrida, muy aburrida; Quizá por ese motivo yo no estudié; por eso, y porque me aburría la vida, porque la vida del estudiante me dejaba indiferente, y eso es lo peor que le puede pasar a uno: la fría indiferencia, distraída y ausente del curso de la vida. No sabía si necesitaba la nota para estudiar tal o cual carrera, puesto que tampoco sabía, ni quería saber, qué iba a estudiar. Total, que aprobé, con nota aceptable. Hubo suerte.

No es tan temerario. Las decisiones condicionan la vida, el ritmo y la intensidad de vivirla, pero los límites de la decisión nadan recluidos en márgenes estrechos, estrechados por el contexto que nos toca. Como hijo de la clase media occidental, muy libre y muy libre-pensadora, me encontraba atado, y todavía hoy me encuentro, a un ritmo de vida establecido prudentemente por otros, y así de la ESO al Bachiller, y del Bachiller a la Universidad, y de la Universidad, supongo que por fin a Dios, o al Mercado: el laboral.

Consciente de los márgenes de libertad que me quedaban, de los reales y de los ficticios, y muy sabiamente- no me lo neguéis- decidí, como hacen los locos, y sin temor a ser uno de ellos, autoengañarme, y con éxito. De ahí la sabiduría, claro. Porque soy feliz de ser como soy, porque soy feliz incluso cuando soy infeliz. El éxito tiene su base en dos aspectos fundamentales, que a su vez tienen el origen en una pregunta existencialista, en una conciencia curiosa, bastante pesada, que se aburre de tanto pensar: privilegio del primer mundo, y de las bocas alimentadas sin valorar el alimento, y de los brazos que no trabajan de sol a sol, y de los especimenes como yo que, en líneas generales, nunca se han debatido en la vida por la vida con el espectro de la muerte y la desgracia como sombra ligada al alma -o la supervivencia, como queráis llamarlo: el estadio natural del hombre.

Decía que el origen estaba ahí: Vida resuelta, relajada, satisfecha, y luego mucho tiempo libre: todo ello fuente de una insatisfacción abrumadora para un alma que se sabe sin alma y sin leyes universales, y que pregunta, y que busca-educado en las aspiraciones infinitas- la libertad de espíritu, ese capricho humano, esa conciencia pegada a un mono.

Los dos aspectos que mencionaba antes son, en primer lugar, una vida con salud y sin desgracias condicionantes (el tipo de vida que tanto te da pero al mismo tiempo te quita, porque no te deja vivir su ausencia eventual, porque te prohíbe valorarla; porque, en definitiva, no conoces otra cosa hasta que, desgraciadamente, la conoces, y entonces es demasiado tarde, porque ya no existe, ya no hay tiempo de volver atrás y valorar lo que en su día no fue valorado y se llevó la distancia, o el tiempo, o la muerte) y en segundo lugar, el empleo voluntario de una ficción infinita que hace de la simple vida, tan seria y contundente, un teatro: el teatro de la vida.

Mi espíritu es libre en su celda, que existe y es real, y mi ficción permite alejar esas celdas hasta perderlas en el horizonte. El teatro de la vida trascurre en una isla, en la que estamos solos. El límite está ahí, en el perímetro imperturbable, que nunca es el mismo para el rico que para el pobre, para el cabeza de familia que para el soltero, para el hombre belga o para la mujer kurda, pero que finalmente, antes o después, en la medida de cada individuo a la luz del devenir circunstancial de su propio contexto, su propia cárcel, aparece en la vida; y no solo aparece, sino que amenaza con hundirla, causando el amanecer empapado de la conciencia irritada, que no se entrega al sueño profundo, liberándote, pero tampoco duerme, porque mojado no se puede dormir, y con un ojo abierto te mira, y te devuelve el reflejo de tu vida, grabando en tu alma el secreto de un eco que te sigue y que revela que la misma no es tuya, que la vida no te pertenece en la medida que dejas que suceda al margen de ti, de quién eres, de quién quieres ser, de tu propio ser y de tu propio destino.

Es ahí cuando descubrí que yo quería ser, y que quería vivir- no me valía con existir-, y como tampoco me servía una infelicidad gratuita, existencialista, consecuencia de la toma de conciencia de mí mismo, decidí ser loco. Loco voluntario. Y extendí mi ficción sobre el mundo y sobre mi vida de estudiante de bachiller, tan aburrida, tan regulada, tan "poco-viva", y así es como, de una manera tan absurda, hice de la duda entre el aprobado y el suspenso, del riesgo de no estudiar, de lo arbitrariamente relevante que era todo aquello para mis compañeros, un mero juego y un teatro en el que cada éxito era un motivo de alegría, un azar de la vida espontánea, una superación de mí mismo; eran detalles no sabidos de ante mano que me procuraban, a cada instante, la felicidad que dan las cosas pequeñas de la vida. Hubo suerte y aprobé, y la ficción consiste en que, en el fondo, yo ya sabía que lo haría. Nunca lo puse en duda, pero necesitaba no saberlo.

Por el mismo motivo, por aquellas fechas, en las puertas del verano, tampoco sabía qué iba a estudiar, ni dónde. Me encontraba dudando entre Filosofía, Periodismo, Sociología y un largo etc.A estas alturas, después de lo escrito, se entenderá que en el fondo tampoco quería saberlo, y me tomé un año sabático para alargar la ficción, y reflexionar, de paso, mi destino en el mundo.

Puede que el año más feliz de mi vida: incomprendido por algunos, aparentemente comprendido por otros, pero sólo esencialmente comprendido por mí, que es a quien atañe.El año sabático no me ha cambiado, sin embargo. ¿Por qué habría de hacerlo? Desconfío de los cambios bruscos, repentinos, porque no hay coherencia entre el antes que te lleva al punto de cambio y el después, que te rebota en otra dirección.Fueron mis pasos quienes me llevaron a mi destino con la clara pretensión de buscar a éste; fue una cita concertada, y yo aprendí mucho emprendiendo el camino por aquel lugar.

Viví en Escocia. Trabajé en una cocina de un hotel, como limpiador. Y puedo decir que solo gracias a aquella experiencia, embriagadora de soledad y melancolía, aprendí a querer mis orígenes, a valorar la vida libre del estudiante y el ocio despreocupado del hijo pequeño. Todo aquello fue un gran acontecimiento, un hito en la Historia egocéntrica: la primera vez en la vida que miraba atrás sobre mis pasos, y quería volver. Echaba de menos mi hogar.

Hubo soledad. La hubo en todas sus manifestaciones y maneras. Primero porque vivía literalmente en la cocina, en un cuartito para personal, y porque trabajaba seis días a la semana. El día que me sobraba, lo dedicaba por entero a leer en la cama y a dormir en la cama.

Soñaba con el trabajo. En mis peores pesadillas, recuerdo que los cocineros entraban repentinamente en mi habitación, interrumpiendo mi sueño con cacerolas, sartenes y platos sucios que depositaban en el escritorio, mientras mi mirada incrédula seguía sus movimientos desde la cama, contemplando la montaña de instrumental de cocina que se iba acumulando en el trasiego de personas que entraban y salían sin mirarme, y a las que yo trataba de explicar, erguido y suplicante, en un hilo de voz, que estaba descansando, que me tocaba descansar, que ya había limpiado mucho ese día. Ahora me divierte recordarlo. Por aquel entonces, sin embargo, recuerdo que me despertaba sobresaltado, sudado y jadeante en medio de la soledad de la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque el artículo sobre Truman era muy en tu estilo: queriendo que la gente abriera los ojos y se diera cuenta del verdaderos problema, con largas frases de muchas comas y pocos puntos, éste segundo escrito... es muy diferente. Iba a decir que se aproxima más a mi estilo, más simple y de frases cortas pero tampoco es éso, quizá sea la sinceridad.
La sinceridad sobre ti mismo, sobre lo que viviste, sentiste y quisiste vivir.
Muy interesante... me volveré a pasear por aquí, a ver si encuentro la segunda parte un día de éstos...