miércoles, 8 de octubre de 2008

El show de Truman. Reflexión.




El show de Truman significa una reafirmación del género del cine, como gran arte, y como medio de difusión no sólo de espectáculo y ocio, sino de valores e inquietudes que puedan ser asimilados por amplias capas sociales, y como reflejo crítico de la sociedad actual, y de los problemas y cuestiones morales que se plantean a la vista de la trayectoria de la sociedades modernas hacia ciertos ámbitos “atractivamente” oscuros: punto de alarma que trata de impedir la anti-utopía, mostrando precisamente a ésta en toda su magnitud.

Trascendiendo todos sus registros y posibles interpretaciones, e ignorando quizá algunos aspectos de éstos, a mi me gustaría centrarme, en primer lugar, en el Gran Atractivo de ésta película, que consiste simple y llanamente en mostrar, a la luz de un espíritu conformista y relajado, toda la crueldad humana que puede encerrar un decorado de colores brillantes, de gentes alegres, de barrios bonitos, de estilos de vida perfectos, de sonrisas y vecinos amables, de aspiraciones humanas, en definitiva, satisfechas, de sueños alcanzados. El ideal por el que el hombre vive, -una vez satisfechos sus instintos- alcanzado: o una vida vacía, o una fuente de insatisfacciones permanentes, como se prefiera llamarlo. Quizá lo más impactante de la película, y la clave de su éxito como crítica social, es que representa el símbolo exacto de lo que podemos llegar a ser: una cárcel terrible e inhumana, pero camuflada por bellos atrezzos, creados por nuestra percepción condicionada. Una vez más la sociedad de las mil Imágenes y los nulos valores.

Como antiutopía, puedo decir que ésta película se me ha revelado como el más claro ejemplo de un Mal infinito no concebido como tal. Películas como Gattaca, o novelas como “1984”, o “Un mundo feliz” -muy recomendables por cierto- son el espejo de una crítica constante, una muestra de lo que No debemos llegar a ser; el horror es explícito y ese futuro es claramente no deseable. Pero en El show de Truman encontramos algo diferente, la crítica es más radical, y ello es necesario, porque en ausencia de razonamientos críticos, la ciudad idílica supondría el teatro de vida perfecto, de limites reales y contundentes, pero desconocidos y por ello inexistentes, por las conciencias que duermen, o que fingen dormir.

Y es que, leyendo en Internet opiniones de la gente, me he dado cuenta de que a muchos se les ha escapado este pequeño detalle: no ven la película como una clara denuncia, por lo que deduzco que lo que ven no les horroriza: ni el amor fingido, salpicado de escandalosa publicidad, ni la falsa amistad, con el amigo y la cerveza a la luz de las estrellas. Quizá esas personas, lamentablemente, se encuentren demasiado empapadas del objeto de la crítica de ésta película; sean Trumans del día a día, sin saberlo, sin tan siquiera sospecharlo. Y es que en un mundo occidental de progreso, de intelectos e intelectuales preparados para satisfacer al mercado, no es extraño en absoluto que haya personas así, mojadas desde pequeñas por una educación en la que imperan la razón y las ciencias, y escasea la filosofía. Mientras la razón actúe de forma fría y deshumana, y prevalezcan objetivos que justifiquen los medios (una mayor audiencia con un programa basura), y la vida sea objeto de compra-venta, víctima de un valor variable fijado por el mercado, ajeno al propio valor de su esencia, podremos decir, o puedo decir, que ésta película tendrá un lugar predominante como material didáctico, profundamente crítico: una llamada de atención, un despertar de las conciencias. El cine, convertido en arte, y quizá más valioso que cien mil libros de texto juntos. (Queda por ver que dicen dichos libros: seguramente traten la educación para la ciudadanía, o la teología del Bien y del Mal)

La película manifiesta, asimismo, un claro mensaje esperanzador. Truman no se conforma con los límites impuestos a su existencia. Truman esconde el espíritu rebelde del ser humano, que busca y que aspira y respira la libertad, que no deja de asombrarse por las cosas de la vida, que necesita un sentido y ver más allá del mar, satisfacer su curiosidad, su alma de niño, de filósofo y de animal, sumergiéndose en la espiral de la vida, de los sucesos espontáneos y azarosos, como el encuentro de las miradas con su verdadero amor, el impulso irracional que le hace viajar a Fiji, o las ansias de navegar con su padre más allá del horizonte.

Ese es el espíritu humano que tiene cabida en todos nosotros; y ese es el espíritu que trata de ahogar el Director, con el beneplácito de un público sin principios, ávido de espectáculo. Truman nace preso, sin posibilidad de elección de su destino, pero no en una celda, sino en un mundo de colores, aparente, donde los barrotes crecen por condicionamiento de las respuestas al medio, con la creación de traumas en Truman, y con el filtro de una información que hacer ver y creer a Truman que su mundo es idílico e insuperable. La toma de conciencia del personaje, le muestra la cárcel tal y como es: fría y cruel; y paradójicamente, esta visión real supone el primer paso hacia la libertad.

Se materializa así otro motivo de reflexión. Partiendo de que vivimos en sociedades democráticas, y suponiendo que un requisito indispensable para el ejercicio de la democracia, es el conocimiento perfecto de lo acaecido, de las causas y las consecuencias de los hechos, para la decisión correcta y acertada en consecuencia que permita el libre ejercicio de la democracia, cabe preguntarse: ¿Realmente existe la democracia? ¿Realmente somos libres de decidir nuestro destino? ¿Tenemos un conocimiento de los hechos? ¿Tenemos la información necesaria para actuar en consecuencia? Evidentemente no. Tal y como Truman actúa y toma decisiones viendo su serie favorita, o escuchando las noticias en la radio, lo mismo ocurre en nuestra sociedad. Ambos, Truman y nuestra sociedad, tienen en común la ciega creencia de ser libres, y solo a medida que Truman desenmascara el decorado de su vida, y a medida que la sociedad toma conciencia de su situación, solo entonces caben los principios, o los primeros pasos de la libertad real, y no ficticia; pero la libertad real es escasa, es prácticamente nula, y ello conlleva un sentimiento de impotencia, una frustración que solo algunos valientes como Truman combaten en la tempestad, aún a riesgo de su vida. Lo que le espera al salir de la puerta del decorado, la auténtica caverna de Platón, es una verdad revolucionaria, el descubrimiento de un engaño auténtico. Queda por ver si su vida después del show de Truman es y se hace soportable. Ahí queda el dilema por descubrir de la película: ¿Es soportable la verdad?

Se hace necesario hacer hincapié en lo importante de los medios de comunicación para la creación de un marco donde la sociedad tenga verdadero conocimiento de los hechos. En la ignorancia, en la vida de Truman, en la sociedad sin valores, sin conocimiento del pasado, sin actitudes críticas, caben las manipulaciones y el engaño, caben los tiranos, ya sean directores de series de TV o presidentes elegidos democráticamente. Cualquiera diría, después de todo, que a los periodistas se nos forma bien en éste sentido, si tan siquiera sospechamos el alcance y la responsabilidad de la profesión que hemos elegido.

Por lo tanto, sin información no hay democracia, y con la información interesada solo hay dictadura de la ignorancia. Truman no es preso del Director, es preso de los telespectadores de conciencia relajada, de la sociedad en su conjunto, que no ven, por que no les han dado la oportunidad de ver, la verdadera esencia del programa: la evolución de un preso que vive encerrado en contra de su voluntad, o lo que es peor, privado de su voluntad. Si no hay conocimiento de ese hecho, no hay denuncia de ése hecho, porque no existe en la “realidad”. Y, embutidos en el ciego conformismo, tampoco hay inquietud por averiguarla.

Para terminar, solo decir que lo que más me ha conmovido de la película, es la soledad de la vida de Truman. Una soledad que se reconcilia consigo misma en el sótano donde esconde sus secretos. Quizá lo más terrible es cuando Truman busca a un amigo para hablar, un confidente, que resulta ser un actor.
Hasta que punto existe la amistad, cuando todos somos actores del devenir de nuestro contexto.










1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena interpretacion de la pelìcula...
Un saludo,

Laura