jueves, 16 de diciembre de 2010

Un día cualquiera 4

12:35 Caminas por las calles sin rumbo fijo. Ya has aprendido a mirar el suelo. Nada que ver con las aceras de Bilbao: uniformes, pulcras, incluso acogedoras, me atrevería a decir. En la ciudad de los Andes –avenidas amplias, edificios de dos o tres pisos, semáforos colgando, carteles y rótulos, luces de neón, bóvedas de telaraña caótica (y hermosa, a su manera) de tendido eléctrico, cables desprendidos y balanceantes al alcance de la mano de los niños, arbolitos dispersos y difusos asomando entre los vapores de la contaminación- las veredas (aceras) son secundarias: algo opcional que seguramente se calzó en los planos urbanos en el último momento, a sugerencia del arquitecto o planificador (o como se llame) un poco tonto que hasta entonces no había aportado nada al proyecto, para que el peatón, ese ser insólito y extravagante, se permitiese el lujo, de vez en cuando, de darse paseos a pie en la ciudad-imperio de los vehículos motorizados. Exagero. Exagerar es la costumbre de los que no tienen hábito o talento en la escritura. Por otro lado, lo dicho no vale para el centro histórico o casco colonial, donde sí hay vida más allá del carro.

En definitiva, caminas con los ojos puestos en el suelo y entregado a tus pensamientos. Bajo el compás de tus pies, se suceden baches, grietas, depresiones, boquetes, algún que otro agujero de alcantarilla sin cubrir, reventones provocados por las raíces de los arbolitos, amasijos de hierro incomprensibles sobresaliendo en ángulos imposibles, pequeños pilares de cemento que tienen por misión –esto no lo sabía, y hasta que lo supe pensaba que estaban ahí con el único propósito de joder al caminante- impedir que los carros se suban a las aceras…Exageras de nuevo. Parece que hablas de una ciudad de los Balcanes en plena guerra de los Balcanes. Lo cierto es que, al principio, caminabas con la mirada perdida en las curiosidades y encantos de la ciudad, y no parabas de tropezarte (caer todavía no me he caído). El peor error de tu vida fue (y es, porque lo sigues haciendo) caminar con chancletas: entre otras cosas, una declaración pública para los nativos, de que soy extranjero.

Te gustaría contarle a alguien lo que estás pensando. Retomando el tema de la conversación, piensas que, definitivamente, eres un gran admirador de la conversación. Si te dejasen, podrías pasarte horas sin parar de hablar (y escuchar), además de los temas más aburridos: historia, filosofía, política, literatura, qué sé yo, cosas así. Claro que encontrar a un conversador interesado en estos temas es francamente difícil, y cuando esto sucede, no puedo evitar volcar mis excesos verbales sobre el sujeto en cuestión. También me gusta platicar con las personas extravagantes –a menudo se tilda de extravagante a las cosas o personas verdaderamente interesantes de la vida- y que me cuenten sus aficiones, sus paranoias, sus locuras, etc. Hay personas que ignoran esta faceta de mi personalidad. La de conversador, digo. ¿Por qué? Porque con la mayoría de las personas me cuesta encontrar temas de conversación. La mayoría de las personas se aburren conmigo, y yo me aburro con ellas. A veces es por timidez, otras, sencillamente, por no encontrar nada en común. Recuerdo una ocasión hace un año, en un bar con música de estos típicos del Casco Viejo, a las cinco de la mañana: me encontraba yo gritándole al oído a una chica -aparentemente guapa y todo eso- con una cerveza en la mano, ya harto de la noche, de ella y de todo. Aburrido del cortejo (infructuoso, por cierto), y de la conversación a gritos -ya perdida toda la esperanza-, me dio por hablarle de los presocráticos (que por aquel entonces estaba estudiando). Ni siquiera me interesaba que le interesase lo que le contaba y, a todas luces, a ella no le interesaba ni lo más mínimo. Ella asentía sin escuchar y yo sabía que ella asentía sin escuchar. Puede que también estuviera borracha. Pero me daba igual. Por lo menos, repasaba la lección. No sé cómo pero ella aguantó y me siguió escuchando un rato, y luego cerraron el local y cada uno se fue para su lado. Siempre me ha costado ligar en estos ambientes. Este es un hecho que tengo que aceptar. Además, me quedé afónico.

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